El coronavirus nos ha enseñado cómo sería un mundo sin humanos. O al menos sin actividad humana. Con la llegada de la COVID-19 hemos visto cómo los países reducían drásticamente su huella ambiental. Primero China, luego Europa, finalmente América. La caída drástica de contaminación al detener la actividad por el confinamiento aporta pistas sobre cómo alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Esto es lo que ha ocurrido durante el confinamiento
“Basándonos en datos del satélite Copernicus Sentinel-5P, esta animación muestra la variación de emisiones de dióxido de nitrógeno desde el 20 de diciembre de 2019 al 16 de marzo de 2020”. Con este comentario, la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) muestra cómo China limitó de forma rápida la cantidad de contaminantes atmosféricos a medida que el virus se extendía.
Los datos recogidos por este y otros satélites ambientales muestran qué ha ocurrido sobre los cielos de las naciones que confinaron a su población y la pusieron en cuarentena. Al cerrar fábricas y buena parte del tejido productivo las emisiones de dióxido de nitrógeno (NO2) y otros contaminantes han caído en picado. Pero han vuelto a alzarse a medida que regresábamos a la ‘nueva normalidad’.
No solo tenemos datos de China. En todos los países con confinamiento hemos visto cifras similares. En Europa observamos lo mismo con un desfase de pocos meses. La tecnología espacial nos ha demostrado que los humanos somos el mayor agente de contaminación ambiental, como ya se sospechaba.
El confinamiento derivado de la COVID-19 quizá haya sido el mayor experimento natural de la historia. Nadie lo había planeado, aunque muchos habían adelantado que podría ocurrir. Está siendo una tragedia, pero una de la que podemos aprender. Si el cambio climático era el mayor reto planetario antes del coronavirus, no cabe duda de que volverá a serlo cuando haya una vacuna.
Cuando detenemos la actividad humana, el planeta respira
Todos estos datos se han desplomado como prueba frente al negacionismo climático. La relación entre ausencia de industria y generación de energía, y falta de contaminación ambiental, es indiscutible. Es algo que hemos apreciado muy de cerca en las ciudades de nuestro país. Es en Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao donde más lo notamos.
En abril la DGT publicaba que las medidas del estado de alarma habían reducido el tráfico en un 90% en los accesos de Barcelona, Madrid, Zaragoza, Valladolid, Valencia, Sevilla, Baleares, Málaga y Bilbao. Muchas ciudades hacía décadas que no estaban tan limpias.
Por desgracia, el tráfico rodado ha aumentado con el desconfinamiento. Según registra ‘El País‘, los niveles de contaminación aún no han vuelto a los habituales, pero se teme que la búsqueda del aislamiento social incentive aún más los vehículos de combustión. Al evitar el transporte masificado, podríamos acelerar el cambio climático aún más. Pero también podemos aprender de la experiencia.
Ahora que sabemos cuál es el problema
Los ‘tubos de escape’ de centrales eléctricas basadas en combustibles fósiles, de procesos industriales que liberan compuestos a la atmósfera o del tráfico de combustión se han demostrado como las principales amenazas del clima.
La COVID-19 nos ha enseñado, además de que deberíamos reforzar el gasto en ciencia —en 2007 un grupo de científicos advertía de un probable SARS-CoV en China, pero se quedaron sin financiación— que necesitamos cambiar nuestro modelo energético, productivo y de movilidad. De lo contrario, la pandemia será el menor de nuestros problemas.
Según la OMS, en España fallecen más de 10.000 personas debido a la contaminación atmosférica. Esta supone una pandemia silenciosa que lleva décadas con nosotros y que no deja de aumentar. Todos los observatorios coinciden en que las partes por millón de CO2 atmosférico no bajan, sino que suben rápidamente cada año desde que hay registros.
Ahora que sabemos cuál es el problema tenemos la oportunidad para reparar el daño. La COVID-19 nos ha señalado las actividades que generan una mayor huella de CO2 y NO2. Esas son las primeras de las que debiéramos prescindir, dejando atrás los derivados del petróleo o carbón.
También dejar atrás cualquier sistema basado en la combustión, incluyendo gas natural agrícola o revalorización de residuos. De lo contrario, saldremos de una pandemia para entrar en otra. España tiene sol y viento a mares, y las empresas están demostrando que los ODS relacionados con la energía son viables. La COVID-19 nos ha brindado una oportunidad de oro para aprender de los errores.
Por Marcos Martínez
Imágenes | Viktor Lysenko, EPData