“En el frente económico, la pandemia de la covid-19 ha aumentado significativamente el desempleo mundial y ha recortado drásticamente los ingresos de los trabajadores”, dice la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en la presentación actualizada del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 10: reducir la desigualdad en y entre los países. ¿Cómo puede ayudar la automatización a crear una sociedad más igualitaria?
La covid-19 ha supuesto un bache en el camino, acelerando de forma notable la digitalización y automatización de procesos, y escindiendo el ya dividido panorama laboral en las dos ramas de una K. Quienes ya están subidos en la robótica, la inteligencia artificial o la industria 4.0 tendrán ventaja. ¿Y qué pasa con el resto?
La temida K: así es como la automatización poscovid-19 divide el mundo
Antes de nada, merece la pena señalar cómo la automatización per se no debe generar ningún reparo. Digitalizar y automatizar los procesos los hace mucho más seguros, notablemente más asequibles y aumenta de forma importante su calidad; teniendo como resultado una mejor calidad de vida y un mayor acceso a los mismos, así como un mayor poder adquisitivo. Al menos, en el largo plazo, con tiempo para que los trabajadores renueven sus competencias.
Dicho esto, la automatización poscovid-19 no está impactando de la misma forma a todo el mundo. Los informes ‘Progresos realizados para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)’, de la ONU, y ‘Sustainable Development Report’ (2020), de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), ya adelantaban que “es de esperar impactos negativos en los colectivos más pobres y vulnerables, así como la pérdida de empleos en mano de obra poco cualificada y con salarios bajos”.
El brusco cambio laboral al que estamos asistiendo, en el que la digitalización y automatización se han acelerado y saltado al futuro inmediato, han dividido la curva de la recuperación en dos escenarios, tal y como representa la Cámara de Comercio Estadounidense en este gráfico.
En la rama superior (technology, retail, software services), la automatización y tecnificación soporta las rentas altas, que no solo no se han visto afectadas negativamente, sino que por su demanda han adquirido más estabilidad. En la inferior (travel, entertainment, hospitality, food services), los trabajadores ‘de abajo’ se ven incapaces de renovarse para acceder a un trabajo nuevo bien pagado.
Esta recuperación ha ampliado la brecha ya temida por el Foro Económico Mundial en su informe ‘Los trabajos del futuro’ (2018), cuando el 29% de todas las horas trabajadas ya eran realizadas por máquinas. Los últimos datos de ‘Los trabajos del futuro’ (2020) han demostrado que aquella prospectiva era demasiado conservadora, y que las máquinas ya se encargan de buena parte del trabajo humano con un reparto de horas próximo al 50%.
Automatización: cuando la población se ve incapaz de acceder a los empleos bien pagados
En el escenario más extremo imaginable, Javier Serrano cuenta en ‘Un mundo robot’ (2018) qué ocurriría con una automatización del 100%. Se trata de una situación hipotética en la que solo las personas que tuviesen relación directa con la generación de capital (dueños de los medios productivos, en términos económicos) serían capaces de ingresar dinero por su cuenta.
El resto de personas se convertirían en ‘tomadores’ o takers, término despectivo popularizado en las novelas de ‘The Expanse’ de James S. A. Corey, sobre un futuro terrícola que ya está asomando la cabeza con el ingreso mínimo vital o la renta básica universal. Y es que la automatización acelerada está generando espacios sociales en los que el acceso al trabajo no resulta viable.
Aunque este evento es muy poco probable (los informes apuntan a una automatización creciente, pero sin alcanzar tasas de inempleabilidad tan elevadas), sí merece la pena considerar qué ocurre cuando el trabajador se ve incapaz de acceder a formación específica o reciclaje profesional de sus habilidades antes de que la automatización llegue a su sector.
En ‘Homo Deus’ (2015), el historiador Yuval Noah Harari lo llamaba el problema de la inempleabilidad. No hablamos de personas en paro, sino de una fuerza de trabajo incapaz de acceder a determinados puestos de calidad. Un evento que penaliza en la desigualdad y aumenta el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad interna de un país.
Tal y como podemos leer en el reciente best-seller sobre macroeconomía ‘Capital e ideología’ (2019) de Thomas Piketty, la participación del decil superior (el 10% de la población con mayor renta) es cada vez mayor en el reparto de los ingresos (arriba). Es decir, que la desigualdad en el interior de los países está aumentando, aunque haya que destacar que también lo hace la calidad de vida media en todos los segmentos de población.
Disrupción tecnológica acelerada: aliciente para la desigualdad
Apenas unos meses después de que Waymo anunciase que ya tiene licencia para operar sus taxis autónomos en Estados Unidos, la empresa china AutoX anunciaba el final de su periodo de prueba. En la práctica, esto significa que estas dos compañías tecnológicas podrán prescindir del elemento de mayor coste en la movilidad, el salario del conductor, dejando a estos fuera de mercado.
Este evento no sería especialmente llamativo si no fuese porque la misma disrupción se observa en un enorme abanico de sectores, como la fabricación con la industria 4.0; la optimización de la inteligencia artificial en logística, que prescinde de gestores intermedios; las operaciones bancarias de alta frecuencia con algoritmos; la restauración automatizada tanto en cocina como en reparto; la generación automática de textos periodísticos y la banca sin personal.
A diferencia de otras revoluciones industriales o disrupciones, la clave con la automatización poscovid-19 es que esta impacta de forma directa a una buena porción de los sectores existentes y a todos de forma indirecta. El hecho de que la automatización sea global y afecte a tantos sectores es que el valor de las actividades no tecnificadas se ve notablemente reducido.
Tal y como temían Harari o Serrano, los trabajadores menos cualificados, ubicados en la parte inferior de la curva en forma de K, no solo no tendrán una recuperación lenta, sino que, tal y como se observa en el gráfico de la Cámara de Comercio Estadounidense, sufrirán un lento declive hasta un punto de equilibrio demasiado bajo, seguido de su desaparición formal.
Esto último es lo que ocurre en las disrupciones tecnológicas. El coste de la mano de obra de baja cualificación se reduce a medida que cae su demanda, y fomenta la inversión en maquinaria, digitalización, robots, IA, etc., lo que a su vez disminuye el coste de la misma y obliga a salarios más bajos si se quiere conservar el empleo en recesión que, finalmente, deja de existir o mantiene salarios precarios.
¿Cómo podemos acabar con la desigualdad tras la automatización acelerada?
En el artículo se han mencionado el ingreso mínimo vital y la renta básica universal, dos mecanismos diferentes para evitar que los fracasos en el reparto de generación de capital penalice a quienes no han sido capaces de subirse al tren de la automatización, particularmente afectados por la crisis económica de la covid-19.
Algunas posibles respuestas a estas formas de ‘ajuste’ entre generación de riqueza y reparto de la misma las cita Paul Collier en el también best-seller ‘El futuro del capitalismo’ (2019), en el que plantea cómo estas posibilidades ayudarán a consolidar una sociedad más resiliente. Abrir nuevos tramos altos de IRPF como ocurrió en la posguerra, gravar la robotización como propone Bill Gates y aumentar el impuesto a la riqueza son algunas vías recaudatorias.
Como señalan Mindell y Reynolds desde el área de investigación sobre el futuro del trabajo del MIT, “encontramos un mercado laboral en el que las ‘frutas’ están distribuidas de manera tan desigual, tan sesgadas hacia la parte superior, que la mayoría de los trabajadores han probado solo un pequeño bocado de una gran cosecha”.
Esta falta de reparto de la generación de capital está también impactando en los movimientos nacionalistas (Collier, 2019) que, a su vez, impactan en países aislacionistas con políticas económicas proteccionistas que aumentan la desigualdad entre aquellos con alto coeficiente de Gini (más desiguales internamente) y otros en los que el reparto sea más coherente.
Pero, en paralelo, es imprescindible políticas activas que fomenten que el mayor número de trabajadores pase de la zona baja de la K a la zona alta. Por cada trabajador ‘reconvertido’ no solo hay una carga económica menos para el sistema público, sino un motor que ayuda a llenar las arcas de las que salen esas ayudas.
Una de las vías de escape más valoradas actualmente es la inversión en descarbonización, que, debido a la infraestructura técnica necesaria (electrificación, construcción de torres solares, instalación de paneles fotovoltaicos), requieren mano de obra cualificada y bien pagada que pueda escapar de la desigualdad; o en digitalización, con el mismo objetivo.
Imágenes | iStock/industryview, Cámara de Comercio Estadounidense, WEF, WEF, Piketty, Science in HD