Más eficientes, pero contaminantes: es hora de hablar de las luces de Navidad

Innovación

A las puertas de las fiestas navideñas más atípicas (probablemente) de nuestras vidas, nos planteamos dejar de lado un montón de tradiciones. Sin embargo, las luces de navidad siguen en su sitio como cada año.

Más allá de los casos que acaparan portadas, como el de la ciudad de Vigo (Galicia), lo cierto es que casi todos los ayuntamientos invierten una importante suma de dinero en el alumbrado navideño. 

Las calles se engalanan para animar el comercio y atraer visitantes y consumidores en la que es la temporada de mayor actividad económica del año. Pero, más allá del ambiente festivo que relacionamos con los brillos y los colores, cabe preguntarse: ¿cuánto estamos realmente contaminando y gastando para iluminar nuestras calles?

200 horas de luz navideña

El pasado 2 de diciembre, Vigo encendía su Navidad “y la de todo el planeta”, en palabras de su propio alcalde, Abel Caballero. La ciudad, que ha desplegado más de 10 millones de bombillas LED, lleva años convertida en un referente de la iluminación navideña en España. Sus luces atraen a visitantes de varios centenares de kilómetros a la redonda y son uno de los grandes reclamos de la ciudad gallega.

Con un presupuesto de casi 700 000 € para iluminación, Vigo se sitúa entre las ciudades españolas que más invierten en la navidad. Aun así, el importe es bastante más reducido que el año pasado, cuando cada vigués se gastó 3,94 € en las luces. En 2020, el gasto per capita lo lidera la pequeña localidad de Sanxenxo (Galicia, con 4,60 € por persona) y, entre las grandes ciudades, Marbella (Málaga), con 4,36 € por habitante.

Durante la última década, la mayor parte de los ayuntamientos han sustituido las bombillas incandescentes tradicionales por sistemas más eficientes como las luces LED. Esto ha llevado a un menor consumo energético y a un menor gasto, pero también ha contribuido a que las ciudades tengan más margen para incrementar su iluminación festiva. De media, los municipios españoles tienen encendidas sus luces navideñas durante más de 200 horas al año repartidas a lo largo de unos 35 días, según un informe de la asociación ADECES.

Las ventajas de la tecnología LED

Las luces LED han cambiado el panorama de la iluminación en los últimos años. Han pasado de ser tecnología punta y exclusiva a convertirse en un elemento habitual de nuestras calles y hogares. Las lámparas LED (siglas en inglés de diodo emisor de luz) son mucho más eficientes que otras soluciones tradicionales, como las bombillas incandescentes.

Mientras estas últimas desperdician hasta un 95% de la energía que consumen en forma de calor, las LED convierten alrededor del 80% de la electricidad en luz, según datos del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE). Esto significa también que las bombillas LED se calientan mucho menos por lo que su vida útil es, de media, mucho más larga (multiplican su duración por 25 con respecto a las bombillas tradicionales) y se reducen los costes de mantenimiento

Además, su estructura, sin filamentos, las hace mucho más versátiles y amplía la gama de formas y colores disponibles. Todas estas ventajas de la tecnología LED de iluminación han hecho que los ayuntamientos no se lo piensen dos veces a la hora de sustituir y modernizar su alumbrado público y, por supuesto, el navideño, a pesar de que los costes iniciales de inversión son bastante más elevados que con la iluminación tradicional.

¿Y qué pasa con la contaminación?

Relacionar iluminación navideña con emisiones de gases de efecto invernadero es más complicado de lo que parece. Al fin y al cabo, la bombilla en sí misma no emite nada y las emisiones asociadas a su consumo energético dependen de cómo se haya producido la electricidad en origen. Es decir, si toda la electricidad que ilumina la ciudad de Vigo llega de parques eólicos, sus luces navideñas no emitirían CO₂ ni otros gases perjudiciales para el medioambiente.

Sin embargo, estamos muy lejos de ese escenario. Según un informe de Amigos da Terra del año pasado, el consumo de la iluminación de Vigo era responsable directo de la emisión de 800 toneladas de CO₂ equivalente. Los 10 millones de LED de la ciudad gallega consumen tanta electricidad como 500 familias a lo largo de un año. Además de las emisiones asociadas a la electricidad, hay que tener en cuenta que la fabricación de las luces y su transporte también generan emisiones.

Más allá de la contaminación atmosférica, la multiplicación de puntos de luz en nuestras ciudades ha disparado la contaminación lumínica. El exceso de luz en nuestras noches afecta al funcionamiento nocturno de muchas especies, que necesitan la oscuridad para alimentarse o desplazarse o que pierden sus puntos de referencia y orientación naturales. Para algunas aves costeras, como los petreles, la contaminación lumínica está entre sus principales amenazas.

Además, la prevalencia de colores fríos (blancos y azules) en la iluminación navideña afecta a la salud humana. La excesiva iluminación nocturna inhibe nuestra producción de melatonina y, como consecuencia, a nuestros ritmos circadianos, pudiendo alterar las rutinas de sueño y generar otros trastornos asociados.

Está claro que las nuevas tecnologías de iluminación han abaratado el coste y reducido el consumo de las luces de navidad. Sin embargo, esto no ha contribuido de forma evidente a su sostenibilidad. A pesar de su eficiencia, siguen siendo contaminantes. Como sucede con muchas otras prácticas habituales que damos por sentadas, cabe preguntarse si su sostenibilidad es tan siquiera posible.

Por Juan F. Samaniego

Imágenes | Unsplash/Ross Sneddon, Emmanuél Appiah, Jamie Davies

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