Uno de los motivos por los que se instala tanto internet de las cosas (IoT) es porque resulta rentable. Pese a que instalarlo tiene cierto coste, la recuperación económica es rápida. Esta es debida a la reducción de consumo energético, como electricidad o gas en las casas u otros de ámbito industrial como hidrógeno, ahorro de agua, etc.
Hasta la fecha, instalar IoT es una medida inteligente porque ahorra más energía de la que consume. Pero cabría pensar que, en el futuro, el IoT aumentará el consumo lo suficiente como para superar el ahorro presente. Sí, lo hará, aunque en unas décadas, y aún así seguirá siendo mejor alternativa que no usarlo. El IoT ha llegado para quedarse como medida de eficiencia.
El silogismo del consumo: no todos los gastos son iguales
Los silogismos son falsos razonamientos basados en dos premisas que sí son verdaderas. Existe un silogismo que parece indicar que un aumento del uso de IoT conlleva un aumento del consumo total, cuando este no tiene por qué ser cierto. Por ejemplo:
- Los sistemas de climatización consumen energía.
- El IoT encargado consume energía.
- Instalar IoT en climatización, aumentará el consumo de energía.
Pese a que las frases 1 y 2 son ciertas (la climatización consume bastante energía y el IoT consume un poco), la frase número 3 no tiene por qué ser verdad. No al menos durante muchas, muchas décadas. El silogismo plantea que el consumo del IoT es de dimensiones similares al de la climatización, cuando este es cientos o miles de veces más, según el caso.
¿Por qué el IoT trabaja por la eficiencia?
Un ejemplo clásico de IoT es la aplicación a la climatización, uno de los sistemas que más consumen. Según Goldman Sachs, el ahorro potencial de instalar IoT en hogares puede contribuir a un ahorro del 40% de energía. En España, este ahorro supondría cerca de 3968 kWh por vivienda al año, según la OCU.
Ahora habría que comparar este ahorro con el coste energético de fabricar, transportar y hacer funcionar un termómetro, repartido a lo largo de su vida útil. Así, si fabricar y transportar un termómetro cuesta 500 kWh (es muchísimo, se ha elegido una cifra ‘redonda’), consume 5 W, y dura 10 años, ¿cuánto ahorramos al instalarlo?
La respuesta la obtenemos al restar el consumo anual ahorrado al consumo anual del dispositivo del IoT. Antes, una casa media consumía 5172 kWh en calefacción y 170 kWh en aire acondicionado. Al restarle el 40%, queda un consumo de 3205 kWh al año. Pero, ¿cuánto ha consumido el termómetro?
- En fabricación y transporte: 500 kWh repartidos en 10 años = 50 kWh/año
- En consumo: 5 W durante 8760 horas ≈ 44 kWh/año.
Sí, el IoT ha sumado del orden de 100 kWh al año en consumo, pero también ha ahorrado 2136 kWh en climatización, lo que supone un ahorro neto de cerca de 2000 kWh. Esa es la cifra más importante, con la que hay que quedarse: el consumo neto evitado.
Un ejemplo de IoT con iluminación
Existen muchos más ámbitos que no son el de la climatización y en el que la eficiencia está más ‘ajustada’ y es menos evidente. Por ejemplo, el de iluminación. Es muy frecuente encontrar sensores de presencia en lugares públicos tales como baños, oficinas, pasillos, e incluso en entornos industriales (¿por qué iluminar una fábrica con robots si estos no necesitan luz?).
El objetivo de estos sensores es que se use la energía lumínica mínima. Es decir, encender las luces solo cuando hagan falta. Si estas son LED, el consumo de varios focos, como en una oficina, rondará los 5000 kWh/año (unas 200 lámparas LED) dependiendo de su tamaño. Evidentemente, a mayor tamaño, mayor número de detectores de presencia o luxómetros.
Estos tienen un consumo aproximado de 0,5 Wh a 1 Wh y se suelen poner uno por cada diez puntos de luz (20 en el ejemplo), dependiendo del modelo. Pero si pueden ahorrar el 40% del consumo, siguiendo la misma lógica vista con la climatización, ahorrarán cerca de 2000 kWh por cada 175 kWh extra del IoT.
Como vemos, hemos llegado a una cifra similar. Más o menos ahorramos 10 vatios por cada vatio de IoT, aunque esta relación puede subir o bajar en función del entorno donde se aplique. Es decir, no será igual para todos los casos. En la industria probablemente aumente mucho más, habida cuenta de que es un sector intensivo en energía (a diferencia de la domótica o las oficinas).
¿En cuánto tiempo se amortiza el IoT?
Debido a su eficiencia energética, el IoT se amortiza en muy poco tiempo. Incluso en entornos industriales la fecha de amortización cae por debajo del año. El motivo es que el ahorro energético que logra es muchísimo mayor a su consumo, del orden de 10 veces más. Esto hace que salga a cuenta instalarlo.
En el caso del ejemplo de la iluminación de arriba, el sensor de presencia tendría que estar encendido miles de horas para consumir más que las luminarias. Es un retorno rápido que las empresas y domicilios debieran considerar al invertir. A nivel doméstico, por ejemplo, instalar un termostato inteligente.
¿Llegará un momento en que el IoT consuma más que ahorre?
Sin duda, si se compara con el presente. El crecimiento en la demanda de energía no ha bajado desde que se tienen medidas. En otras palabras: el consumo per cápita siempre crece, año a año. Llegará un punto en que haya tanto IoT que la suma de su consumo rebase con holgura el ahorro actual.
Sin embargo, para que algo así ocurra tendrán que pasar muchas décadas. Eso suponiendo que no lograremos nuevas eficiencias como ocurrió con los LED. Si un dispositivo que consume 100 kWh ahorra 1000 kWh, es evidente que decuplicando el consumo el IoT llegará a esos 1000 kWh simbólicos.
A lo largo de todo el camino surgirán nuevos sistemas que reducirán el consumo total. En su día fueron mecanismos físicos como la arquitectura bioclimática y hoy lo es el IoT. Es probable que tengamos otros en el futuro.
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