Según todos los expertos, en poco tiempo veremos coches conduciendo solos por las ciudades. Ya ocurre, de hecho, en Singapur, Fénix o París, aunque siguen en pruebas. Llegado el momento, todos los coches que veamos por las calles estarán controlados por sistemas automatizados. Ni siquiera tendrán volante.
Pero esto hoy en día no es posible fuera de circuitos muy bien preparados. El vehículo autónomo necesita del despliegue de la red 5G allí donde quiera operar. Una tecnología que depende de otra, como a menudo suele ocurrir, y que podría acercarnos el objetivo de cero muertes al volante.
Las ventajas de tener la cabeza en la nube
Pongamos el caso de un coche autónomo de los que ya existen. Hay muchas marcas trabajando en ellos como nuTonomy, Waymo o NAVYA, por seguir el orden de las ciudades de arriba. Todos funcionan gracias a las redes 4G de sus respectivos países y, por eso mismo, aún están muy limitados.
Ocurre que estos vehículos actualmente ‘piensan’ en local. Es decir, el coche es el que toma las decisiones en cada cruce, al adelantar, al ceder el paso, etc. Esto es útil porque la información no tiene que venir de un servidor a cientos de kilómetros de distancia. Aporta al vehículo cierta autonomía. Pero también condiciona su capacidad de reaccionar y adaptarse.
Si el coche pudiese ‘pensar’ (procesar la información) en la nube, se podría coordinar el tráfico de decenas de vehículos en una misma zona de modo que todos se tuviesen en cuenta unos a otros. El problema aquí es que la información de la red de telecomunicaciones actual es, para este caso de uso, lenta.
El 5G reducirá la latencia de red
Imaginemos un coche autónomo del futuro dirigiéndose a un paso de peatones. La cámara, el radar de proximidad y el radar LiDAR captan datos. Estos se transmiten vía inalámbrica desde la SIM embebida a la antena de telecomunicaciones más cercana. Abajo un ejemplo urbano de antenas actuales.
De estas antenas la señal viaja mediante cable coaxial a unos equipos situados en las inmediaciones, generalmente a pocos metros. Estos procesan parte de la información (a dónde enviarla, por ejemplo), y determinan el camino que tienen que seguir los datos. Luego los envían mediante radioenlace o fibra óptica.
Tras el viaje, llegan a un servidor, probablemente en otro país, y ahí la información de los sensores del coche se procesan. Allí es donde se toma la decisión de frenar, pero esta decisión tiene que volver al coche. Al tiempo que tarda toda esta infraestructura en responder se le llama latencia de red.
Actualmente, las redes 4G tienen una latencia de unos 0,05 a 0,15 segundos, pero las redes 5G ofrecerán tanta velocidad que la señal irá y volverá en menos de 0,005 segundos. Por eso el vehículo autónomo se verá tan influenciado: podrá ‘pensar’ en la nube y frenar a tiempo en el paso de peatones.
Coches, semáforos y peatones pensando juntos
Además de la revolución en velocidad de las redes 5G, otra ventaja de estas es la capacidad de soportar un mayor número de conexiones. Esto es clave si vamos a colocar una SIM en cada vehículo, cada dron, cada semáforo y, en general, cada elemento de la vía susceptible de ser coordinado con los demás.
Para ver la utilidad de todo esto podemos imaginarnos una futura ciudad. En ella un mapa digitalizado al que tienen acceso diferentes vehículos muestra la ruta próxima de cada uno de los automóviles que tiene a su alrededor. Es decir, cada coche sabrá a dónde quiere dirigirse el que tiene al lado, algo muy interesante a la hora de coordinarse y ahorrar energía.
Pero también sabrá si tiene que frenar ahora o dentro de medio segundo para apurar la recarga eléctrica de la frenada; o si hay muchos peatones concentrados en una zona, para cambiar de ruta a una menos transitada. Todos estos datos ya se usan, quizá no de forma tan directa, en los navegadores, que también mejorarán de forma notable con el despliegue del 5G.
Por Marcos Martínez
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