En una época de incertidumbre por el avance de la pandemia, con comunicaciones diarias sobre síntomas, ratios de contagio, medidas sanitarias y económicas, la ciudadanía necesita estar mejor informada que nunca. Pero, sin embargo, las fake news no dejan de crecer.
Un estudio de la Universidad de Harvard (Estados Unidos) ha analizado quiénes son los mayores propagadores de estas informaciones falsas que, a la vez, son víctimas de los bulos. Su trabajo concluye que el 80% de la difusión de los contenidos ficticios que circulan por Twitter es responsabilidad de los mayores de 50 años. De igual modo, señala que los mayores de 65 años leen siete veces más noticias falsas en Facebook que las personas más jóvenes.
¿Por qué los mayores son víctimas de bulos?
El estudio se preocupa por analizar las causas del problema, unas conclusiones que también se examinan en este artículo.
Noveles en el entorno digital
La razón principal es la falta de formación digital, pues la mayoría de estas personas se ha incorporado tarde al uso internet y las redes sociales. Así, desconocen ciertas reglas básicas que los nativos digitales asimilan sin ser conscientes de ello.
A pesar de que les gusta estar informados, muchas veces estos usuarios no discriminan qué tipo de medios está brindando los datos. A ello se suman las capacidades de simulación de las fake news, en las que se puede imitar un tono institucional, manipular una foto o crear estadísticas falsas.
Los mayores están acostumbrados al entorno analógico, un contexto en el que los medios de comunicación gozan de mayor prestigio y no se pone en duda las noticias que difunden. Ahora les cuesta asimilar que alguien pueda estar transmitiendo información a sabiendas de que es incierta.
Deterioro cognitivo
A medida que el ser humano se hace mayor, presenta un deterioro en sus funciones cognitivas. Esto le hace ser más indefenso a la hora de convertirse en víctima de bulos. Aquí entra, además, el concepto de sesgo de confirmación, que viene a decir que las personas tienen tendencia a dar por válidas las informaciones que coinciden con sus opiniones.
Durante su vida, el cerebro ha ido elaborando patrones de aprendizaje que le ayudan a comprender y analizar el mundo. Cuanto más madura es la mente, más le cuesta crear nuevos patrones, pues supone tener que decirle al cerebro que estaba equivocado y necesita volver a aprender. Por el contrario, interiorizar ideas en consonancia con su ideología no supone ningún esfuerzo.
Relaciones sociales
Los meses de confinamiento, unidos a que a partir de los 50 años aumenta el riesgo de tener complicaciones por la COVID-19, hicieron crecer las condiciones de aislamiento y soledad de muchas personas mayores. Y los dispositivos digitales y las redes sociales se convirtieron en herramientas primordiales para seguir conectados con los suyos. Compartir informaciones con ellos, aunque se tratara de fake news, fue una de las formas más rápidas de mantener la comunicación.
A todo ello cabe sumar el hecho de que las personas se vuelven más confiadas a medida que van creciendo, pues desarrollan una necesidad de refuerzo social. Esto significa que son más proclives a creer las informaciones que se generan en su entorno cercano o las que tienen mayor aceptación social. Es una forma de sentirse integrados en el sistema.
La mente en tiempos de crisis
La COVID-19 genera preocupación, miedo e incertidumbre, una situación complicada en la que los procesos mentales se resienten. El cerebro se encuentra en permanente vigilancia respecto a lo que está pasando, ansioso por recibir noticias que le ayuden a controlar la situación y aferrarse a certezas. Y eso le puede hacer bajar la guardia con respecto a las mentiras
Cuando, por ejemplo, recibe un mensaje a través de WhatsApp, el usuario se siente privilegiado por poseer una información que a otros no les ha llegado. Está más predispuesto a creerla y se siente en la obligación moral de compartirla con los demás.
Cuando la pandemia se traduce en desinformación
Según explica este artículo publicado en The Conversation, la International Fat-Checking Network (un organismo internacional formado por 70 países y dedicado a autentificar informaciones) habría verificado, a mediados de junio, más de 6.000 contenidos falsos sobre la COVID-19. Por su parte, en España, la plataforma periodística Maldita habría reportado casi 500 bulos solo a principios de mayo.
Los autores presentan en el texto los datos más relevantes de su estudio ‘Infodemia y COVID-19. Evolución y viralización de informaciones falsas en España’. En él han contado con la colaboración de Maldita y LatamChequea-Coronavirus, otro proyecto en el que participan 14 países para trabajar en la verificación de comunicaciones sobre el coronavirus.
El estudio demuestra cómo se ha incrementado la cantidad de bulos en España durante la pandemia. Si bien se identificaron un 32,5% un mes antes de la declaración del estado de alarma, la cifra creció hasta un 67,5% tan solo un mes después.
Entre los canales de difusión más usados destacan las redes sociales, en especial Twitter y Facebook, con un 36,1% de las informaciones; y las apps de mensajería, siendo WhatsApp la herramienta más relevante.
También resulta interesante cómo las noticias falsas se vuelven internacionales, debido a la capacidad de sus autores de reformular sus contenidos según cada contexto geográfico y social; así como el desconocimiento respecto al origen de un 75% de las fake news, favorecido por la rápida transmisión de unas campañas que pueden llegar a orquestarse por apenas 600 €.
Intereses políticos y económicos para encender un fuego que el uso irresponsable de las redes se encarga de extender. Así es cómo una sociedad capacitada para estar mejor informada que nunca acaba convirtiéndose en víctima de todo tipo de bulos.
Por Noelia Martínez
Imágenes | Taras Chernus, Georg Arthur Pflueger, Nijwam Swargiary on Unsplash; LatamChequea