Breakers y GarageLab: aprende a enseñar, enseña a aprender

RSC

El pasado sábado 16 de septiembre tuvo lugar en La Casa Encendida de Madrid una cita celebrando los dos primeros años de vida de estos programas con sus protagonistas, que contaron en primera persona su experiencia.

Arduino, MIT, Standford, STEAM, DiY, makers, learning-by-doing, flipped classroom… Sin duda términos y sitios donde pasarlo bien aprendiendo, o lo que es más difícil, enseñar a pasarlo bien aprendiendo. La Fundación Orange confeccionó una agenda con las últimas propuestas educativas en el ámbito innovador de la creación digital. El evento, denominado ‘Learn2Teach/Teach2Learn’, contó además con algunos de los más prestigiosos educadores alternativos del momento.

Seguidos por una audiencia que llenó el salón de actos, se disfrutó con las esperadas keynotes de Susan Klimçzak, del South East Technology Center de Boston (centro que colabora con el MIT), que llenó de amor y poesía el acto haciendo recitar en alto a todos los presentes un poema “para sentir la voz de la gente joven en el aire”; y David Cuartielles, profesor en la Universidad de Malmö y cofundador de Arduino, un sencillo lenguaje de programación y automatización de las cosas, incidiendo en alguno de los alocados inventos de sus alumnos a lo largo de más de 17 años, “buscando algo que exista y cambiándolo de propósito y contexto”.

Un baño de cultura ‘maker’

El encuentro contó con dos paneles en los que se presentaron iniciativas enmarcadas en los FabLabs Sociales de Fundación Orange, un programa educativo en torno a la cultura ‘maker’, destinado a colectivos vulnerables para favorecer su inclusión social activa y participativa, así como la mejora de su empleabilidad a través de la adquisición de habilidades digitales.

Rocío Miranda de Larra, directora de Responsabilidad Social Corporativa y Sostenibilidad en Orange España, fue la encargada de abrir el acto. “Hace dos años nos llegó de la dirección de Orange instrucciones para un cambio de orientación de nuestra política RSC, con dos únicas condiciones: que se introdujera el uso de laboratorios de tecnología, y que estuviera dirigida a jóvenes en riesgo de exclusión social”.

Tras encontrar a las personas idóneas (Susanna Tesconi, Ana Villa, César García Sáez, Miguel Costa…) se sentaron las bases del programa Breakers, un proyecto formativo que cumple su segundo año de funcionamiento a nivel nacional, en el que se estimula tanto el aprendizaje de habilidades técnicas de diseño, prototipado electrónico o fabricación digital, con otras competencias transversales como el trabajo en equipo, la presentación de las propias ideas, etc.

“Y como nos va la marcha, nos dijimos una vez sentadas las bases para atender a los chicos excluidos: ¿y si vamos a la etapa previa, dentro aún del sistema?”, relata Rocío Miranda. “Y fue como una serendipia: Salesianos de Atocha, Padre Piquer, Fundación Tomillo y Fundación Empieza por Educar estaban ya allí, con sus Escuelas de Segunda Oportunidad (E2O) y centros de Formación Profesional Básica (FPB), y también querían crear esos espacios de tecnología a pie de calle y con eso llegaron los GarageLabs”.

De esta manera, el proyecto GarageLabs propone la creación de espacios digitales y transformadores, codiseñados y construidos por los propios usuarios, que se implican de lleno desde el minuto uno. En realidad, distintas perspectivas para abordar el mismo caso: la educación digital y el empoderamiento. “Nosotros estábamos con la obsesión por el empleo; el fin último, pensábamos, era poder darles las capacidades para encontrar un empleo digno”, prosigue Rocío. “Pero los propios educadores nos dijeron que no, que en todo caso sería un empleo precario dado su nivel académico. No, el objetivo es más simple: que puedan elegir por sí mismos, eso sí es calidad”.

Breakers: rompiendo las reglas

Susanna Tesconi, investigadora y diseñadora de entornos de aprendizaje procedente de la Toscana, es la responsable del programa Breakers auspiciado por la Fundación Orange, y fue la encargada de resumir sus metas: “Breakers es una red, en primer lugar llena de personas, pero también de estrategias y de ideas, de apoyos como el de la Fundación Orange, en la que se ofrece empoderamiento a los jóvenes. También es un, proceso de investigación compartido. Hemos generado un formato, un conocimiento y la hibridación brutal de perfiles muy diferentes (educadores, tecnólogos, activistas, investigadores y documentalistas, arquitectos del espacio y los contextos…). Precisamente esto, ponernos en el lugar del otro, es lo que ha permitido que funcionemos”.

En la mesa estaba presente también Ana Villa Uriol, directora técnica de la FEPA (Federación de Entidades con Proyectos y Pisos Asistidos): “Fue en marzo de 2015 la primera vez que nos sentamos con ellos a hablar de algo que reconozco nos sonaba a chino, esto de las competencias digitales, nosotros solo sabíamos de trabajar con jóvenes de baja formación y estima, los que están muy por detrás en el ámbito escolar. Y hoy esos chavales conectan y crean en red, les permite vincularse a otros espacios”.

Espacios que se están desarrollando por todas partes. Karim Asry, director creativo del Espacio Open de Bilbao, empezó con una primera reivindicación: “Ha sido como un regalo, poder interceptar la trayectoria de esos chicos fuera de órbita y quitarles las orejeras preconfiguradas por la sociedad que les dicen que solo pueden aspirar a ser camareros o peones de obra y nada más”. Ahora la familia crece, y ya han tenido que pasar de una nave de 250 m2 a otra de 500 m2 en la antigua fábrica Artiarch.

“Somos una nueva categoría, el potencial de la red de FabLabs es fabuloso, implica a mucha gente, desde escuelas de arquitectura e ingeniería a todo tipo de formadores y educadores sociales. Una red distribuida capaz de reconfigurar barrios bajo una red común de recursos, sabiduría y entidades comprometidas, que agrupa espacios “oficiales” con otros más “informales”, para alcanzar objetivos colectivos con impacto en lo local. No se trata solo de salvar una vieja fábrica de galletas de los escombros y convertirla en un nuevo proyecto municipal, sino de dar herramientas a los chavales para que puedan llegar a ser las mejores personas que quieran ser (…) Pienso que estamos en un punto de inflexión, estamos generando herramientas para que surjan nuevos arquetipos y modelos, estas generaciones en unos años romperán los techos de cristal y desplegarán todo su potencial de energía y tenacidad, se convertirán en un valor para la sociedad. Vale que habrá que dejar pasar un tiempo, pero estoy bastante seguro que así será. Porque estos son proyectos de los que aceleran el tren de la historia”.

También se oyó la experiencia de dos participantes en Breakers, y que después han mantenido la colaboración como formadoras o documentalistas, siguiendo los patrones de otros FabLabs en el resto del mundo. Por ejemplo, Ana María de Breakers Madrid: “Es difícil de resumir. Cuando llegué flipé con el ambiente. Estar en un sitio para que te eduquen y no sea un aula tipo rollo profe-alumno, te abre la mente. Te cuentan desde la experiencia un mundo fascinante, te hace ver que no hay ningún límite, puedes hacer lo mismo y llegar al mismo fin sin saber tanto y con los mismos materiales y máquinas de impresión 3D con cortadora láser. Cada día hay siempre algo nuevo que aprender, pero lo más complicado fueron las puestas en común y escucharse los unos a los otros. Siempre se nos ha enseñado desde el trabajo individual que no comparte, y cambiar hasta de pensamiento para llegar a un punto en común cuesta. Luego es impresionante y muy satisfactorio de contar a la familia y amigos, invito a cualquiera que vengan, os va a asombrar. Y eso de que la tecnología no es de interés para las chicas es mentira, hay que deshacerse de esas ideas preconcebidas, no importa ni la edad, ni el género ni los tabúes”.

El éxito de Breakers es que ha supuesto todo una gran transformación, permitiendo experimentar en ámbitos impensables hasta entonces. El acceso a la tecnología “más allá del WhatsApp y del YouTube” es palpable. La pena, dicen, es que no se hagan Breakers en todas las ciudades y está la promesa de que hay que ir extendiéndolos. Por el momento se hacen tres cursos de 40 horas al año, en ocho espacios diferentes de cinco ciudades (Barcelona, Madrid, Bilbao, Sevilla y Valencia). “De 22 con que empezamos en 2015, ya llegamos a ciento y pico jóvenes”, dice Susanna Tresconi.

Y la encargada de fijarlo todo y ponerlo a disposición de participantes y estudiosos ha sido Dalia Ferrán, de BJ-Adaptaciones, que también ha salido de la escuela Breaker: “Un ‘maker’ es una persona curiosa que hace cosas para entender lo que le rodea, y además de desarrollar habilidades técnicas, desarrolla competencias sociales y personales. Ser un ‘breaker’ es coger las riendas de tu futuro y reafirmar tu identidad”.

GarageLabs: construyendo espacios de vida

Frente a los Breakers, los GarageLabs están pensados para ser impartidos dentro de los ciclos formativos reglados de segunda oportunidad y sirvan de estímulo para completar de manera transversal otras formaciones profesionales.

“Como Fundación, meternos en el terreno de la Administración, las consejerías de las Comunidades Autónomas y los colegios ha sido brutal y complejo”, reconoce Rocío Miranda de Larra, directora de Responsabilidad Social Corporativa y Sostenibilidad en Orange España. “En este punto nos ayudó muchísimo Miguel con Fundación Empieza por Educar y su experiencia, y a partir de ahí todo ha sido más fácil, porque la respuesta ha sido muy positiva. Y le copio esta frase: ‘La clave está en creer en los chicos, porque ellos te dan la diferencia’”.

El sistema educativo no funciona para todos, eso está claro con un el índice de abandono que hay, eso del profesor que da la lección desde la tarima y luego te pregunta en un examen… “Es necesario que los chicos experimenten y sean activos, con temas que les interesen, y el eje de actuación que mejor está funcionando es en base a un proyecto”, dice Miguel Costa, director de la sede madrileña de la Fundación Empieza por Educar (FExE) y moderador del panel GarageLab.

Debería haber un FabLab en cada colegio, y a enseñar a aprender de los errores, trabajando en diferentes asignaturas. La E2O y el FPB son el último puente de conexión con la ESO y la FP. Pero la realidad es que esos chicos son los últimos de los últimos, un cajón de sastre donde acaban metidos a ver si en dos años sacan un título como aprendiz. En la CAM el índice de abandono es del 50% y no titula, no hay un curso que tenga una tasa de fracaso tan alta”.

Es entonces cuando se genera este grupo de trabajo multidisciplinar para crear GarageLabs, que es un módulo de educación formal porque tiene un currículo que complementa transversalmente otros itinerarios. Aquí se ve que es algo más complicado, pues hay un componente arquitectónico muy importante: se trata primero de transformar un aula en un taller; luego viene el componente educativo y metodológico; hay que formar a los profesores en habilidades digitales y en trabajar por proyectos. Y todo eso está ya contemplado e incorporado. “Así que ya solo hacía falta llegar a un centro y encontrar un director receptivo y un claustro de profesores que dijera que sí”, dice Miguel Costa.

Una de las primeras en decir adelante fue Begoña Gasch, directora de Fundació El Llindar y del colegio en Cornellà del mismo nombre, que reúne a casi 400 alumnos “rebotados” del sistema. “Nosotros estamos incluso más allá del FPB, sin ningún tipo de financiación pública, que cuando los cogemos ya están fuera del sistema. Llevamos trece años en esto año a año y sabemos el gran esfuerzo que supone para los últimos venir cada día, por eso queremos lo mejor para aquellos que no han tenido más que dificultades. En general se les ha dado cosas a poco cuidar, si no les interesa para qué lo van a querer cuidar. Soy la más analfabeta en relación a todo esto de la tecnología 3D, pero la confirmación del éxito y que funciona está en el momento que te explica un chico por qué quiere ir: ‘vi a los profesores ilusionados’”.

Y continúa Begoña: “Como escuela de segunda oportunidad, somos los únicos que tenemos un GarageLab, nos cuidan muy bien. A raíz de ello, nos han hecho un encargo una empresa local de fabricar unos recuerdos en metacrilato e impresora 3D para los trabajadores más veteranos que llevan muchos años”.

Esteban, formador de profesores y organizador del Garage Lab en el colegio Salesianos Atocha, nos relata el escenario del día uno en una clase de FPB: “Pensad en el chungo del instituto, siempre hay uno. Pues esto es una clase de FPB, están todos los chungos de todos los institutos del barrio, junto a los más inadaptados, aunque algunos tengan grandes capacidades. Entonces el primer día ves a Carmelo que llega con un cacharro que cuesta 6.000 euros y empieza a repartir la taladradora, la sierra de calar, los sprays, el escalímetro… ¡pero si hay que medir en micras! Y entonces, a medida que se van cumpliendo expectativas, eso nos va llevando más lejos. La presión del grupo es muy alta, hay que estar constantemente planteando retos”.

“Nosotros también tenemos fracasos, no son cajas. Trabajas con personas, pero yo procuro pensar en que la responsabilidad es compartida. Si no ha funcionado, es culpa de los dos. Pero debo decir que de la primera clase de 20, solo uno no terminó, el resto pasaron todos a un grado medio. Los GarageLabs son nuevas herramientas que tienen un potente efecto contagio. A las pocas semanas, la gente empieza a curiosear y a asomarse a la puerta, profesores y alumnos, porque los chicos se lo pasan bien y hablan con el resto. Yo les digo a los profesores que al final el proyecto no es lo importante, sino el proceso. Y a los alumnos, que han sacado lo mejor de sí mismos. Es un aprendizaje para el mundo real”.

Adam Jorquera, de Los Hacedores, academia de makers e impresión 3D madrileña, comenta que se empieza a entrar en los colegios, pero lo más importante es “que los alumnos sean dueños de sus caminos”.

Distinto es la capacitación de los profesores, que se debaten entre la estandarización y el miedo. “Hay que favorecer el error. Se pone demasiado foco en el método y en lo que hay que enseñar, pero es en el proceso donde suceden las cosas, y esa es la verdadera riqueza. Nosotros debemos poner en el mismo nivel de esfuerzo al profesor y al alumno, y no por separado. Hay que quitar presión, nadie nace aprendido. Tenemos un chaval chino que creó un drone investigando por su cuenta. El chico hace tres años no hablaba ni español, imaginaos que os sueltan en China y tenéis que ir al colegio… ¡y al final voló!”.

Para concluir este panel, Miguel Costa compartió tres historias de su WhatsApp. “Guillermo, un alumno de un GarageLab, tenía previsto estar hoy aquí arriba, pero no ha podido venir por un asunto familiar realmente grave. Así que llamé a otra compañera y me ha escrito diciendo que ella tampoco puede, que tiene que ir a limpiar con su madre. Cuando la mitad de los jóvenes de su edad están todavía acostados, ella se tiene que ir a trabajar un sábado por la mañana. Otra imagen, la foto que me mandan ayer de otro GarageLab a las diez de la noche con todo el grupo, no se va nadie sin acabar su clase aunque sea viernes. Y para terminar otra foto, la cara de satisfacción del alumno chino cuando su drone voló”. Y es que los GarageLabs están hechos de chicos con esta pasta.

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