El consumo de contenidos en internet deja una imponente huella de carbono. Sin embargo, es difícil percibir que nuestros hábitos digitales suponen una seria amenaza para la sostenibilidad del planeta. Usar un móvil o un ordenador no es como ir en un coche que deja una capa oscura sobre el cielo de nuestras ciudades y que expulsa unos 150 gramos de dióxido de carbono (CO2) por cada kilómetro recorrido. O como viajar en un avión que deja una estela tras sus motores. Se puede decir que en el ámbito del transporte, la polución se siente y se huele. En el mundo digital, por el contrario, es silenciosa, imperceptible. Pero igual de dañina.
Las cifras de diversos estudios y centros de medición son contundentes. Los centros de datos que soportan internet y toda la industria de los contenidos en streaming, suponen entre el 1 % y el 2 % del consumo global de electricidad. De hecho, estos grandes centros, que siguen apareciendo como setas por todo el planeta y que albergan millones de servidores y dispositivos funcionando 24×7, van camino de superar en emisiones a todo el sector aeronáutico mundial. A escala global, los centros de datos consumen la misma electricidad que un país medio como España, según un estudio de Science.
La huella de carbono de ver Netlix o YouTube
Si bajamos a datos más comprensibles y cercanos para los usuarios, los números también sorprenden y dan lugar a preocupación. La huella de carbono de la tecnología más cotidiana es inesperadamente grande. Por ejemplo, Netflix reconoce que ver una hora de sus contenidos en España supone una emisión de 55 gramos de CO2, y lo compara con hacer cuatro bolsas de palomitas en un microondas.
Por su parte, las 47 000 búsquedas que hacemos en Google cada segundo generan 500 kilogramos de CO2. Mientras que el consumo de YouTube de un año deja 10 millones de toneladas de este gas que está detrás del cambio climático. Es lo mismo que lo que produce la ciudad escocesa de Glasgow, que da cabida a dos millones de habitantes en toda su área de influencia. Además, se estima que cada correo electrónico que enviamos genera cuatro gramos de dióxido de carbono, y el envío de 65 emails produce lo mismo que un coche a lo largo de un kilómetro.
La forma de vida y la economía actual son muy dependientes de unos centros de datos que no pueden parar ni un segundo. Internet, el comercio electrónico, las plataformas de streaming, el teletrabajo, las redes sociales, la educación a distancia… Todo contribuye a que muchos pasemos la mayor parte del día pegados a una pantalla.
Pero hay formas de minimizar la huella de carbono de la tecnología. Y contribuir así a la sostenibilidad del planeta. En otras palabras, de reducir esta contaminación invisible, pero muy persistente. Rebajar la huella de carbono en el ámbito tecnológico es tan factible como hacerlo con el transporte, la alimentación o el consumo de plásticos, por ejemplo. Aunque parezca mentira.
Desactivar la cámara en las videollamadas es importante
Una primera aclaración que conviene tener en cuenta: ver contenido digital en streaming o descargarlo no tiene mucha importancia a efectos de emisiones. Lo que importa es el tipo de contenido que se consume. Así, una videollamada de Zoom, por ejemplo, comprime al máximo la información para dar más fluidez a las conversaciones, mientras que una película en HBO multiplica el volumen de datos para que la disfrutemos en alta definición.
Ya puestos a hacer una videollamada por Zoom, Teams, Google Meet o cualquier otro sistema, es importante no activar la cámara para reducir el impacto ambiental. En concreto, las emisiones pueden caer un 61 % desactivando la opción de vídeo. Lo mismo pasa cuando escuchamos música. El planeta nos agradecerá optar por Spotify en vez de YouTube si no nos interesa la imagen del cantante de turno.
El uso que hacemos de los aparatos también tiene su repercusión. Un smartphone, por ejemplo, consume menos que un televisor de grandes dimensiones, pero al estar encendido 24 horas, la cosa cambia. Nuestros padres nos enseñaron a apagar las luces cuando nadie las necesita. Y esa práctica debería imponerse al lidiar con dispositivos electrónicos.
Con la pandemia, el incremento del consumo de vídeo bajo demanda se incrementó en España un 26 %, según un estudio de PwC. Millones de ciudadanos han convertido las series y los programas en streaming en su momento de evasión tras las obligaciones del día. Y por eso la oferta no ha hecho más que crecer.
Sin embargo, conviene racionalizar este consumo y evitar prácticas como el llamado binge watching o atracón de series. Además, es conveniente descargar el contenido en un dispositivo si se va a consultar más de una vez. Esta recomendación es pertinente sobre todo para contenidos educativos o documentos de trabajo sobre los que volvemos una y otra vez.
Hacer clic para descargar o refrescar un contenido desde un servidor central es lo más fácil y cómodo, pero cada vez que lo hacemos las emisiones de CO2 que lanza a la atmósfera toda esa infraestructura que soporta internet se disparan. Conviene tenerlo en cuenta y frenar esa pulsión por el clic. En juego está el futuro del planeta tal cual lo conocemos.
Por Juan I. Cabrera
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